Antes de que los cuelguen (Edición ilustrada) by Joe Abercrombie

Antes de que los cuelguen (Edición ilustrada) by Joe Abercrombie

autor:Joe Abercrombie [Abercrombie, Joe]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2007-01-01T00:00:00+00:00


* * *

La larga y sombría estancia antaño había sido un templo. Cuando comenzaron los ataques de los gurkos, habían llevado allí a los heridos leves para que los atendieran los sacerdotes y las mujeres. Era un lugar práctico al que llevarlos: estaba en la Ciudad Baja, cerca de las murallas. Y ya casi no quedaban civiles en esa zona de los arrabales, de todos modos. El riesgo de incendios y lluvias de peñascos tarda poco en dar mala fama a cualquier barrio. A medida que seguía la lucha, los heridos leves acabaron por regresar a la muralla y dejaron allí solo a los más graves. Quienes habían sufrido amputaciones, cortes profundos, horribles quemaduras o tenían flechas alojadas en el cuerpo, tendidos en camillas ensangrentadas bajo los sombríos arcos. Su número había crecido día a día y ya no quedaba ni un solo hueco libre en el suelo. A los heridos que aún podían caminar se los atendía fuera. Aquel lugar se reservaba para los destrozados, los mutilados. Los moribundos.

Cada uno tenía su idioma particular para expresar el suplicio. Algunos no paraban de chillar y soltar alaridos. Algunos pedían a gritos auxilio, piedad, agua, que viniera su madre. Algunos tosían y gorgoteaban y escupían sangre. Algunos resollaban y daban sus últimos estertores. Solo los muertos guardan completo silencio. Y los había en gran cantidad. De vez en cuando se veía cómo los sacaban a rastras, con las extremidades colgando flácidas, para envolverlos en un sudario barato y amontonarlos junto a la pared trasera.

Glokta sabía que había lúgubres cuadrillas excavando tumbas para los nativos todo el día. Respetando su arraigada fe. Grandes fosas en las ruinas de los arrabales, cada una con capacidad para doce cadáveres. Al caer la noche, esas mismas cuadrillas trabajaban sin descanso incinerando a los muertos de la Unión. Respetando nuestra ausencia de fe en nada. Allá en lo alto de los acantilados, donde el viento se lleva el humo aceitoso hacia la bahía. Ojalá se lo sople en la cara a los gurkos del otro lado. Un último insulto de nuestra parte para ellos.

Glokta renqueó despacio por la sala entre los resonantes sonidos de dolor, secándose el sudor de la frente, contemplando a los heridos. Dagoskanos de tez morena, mercenarios estirios, hombres de la Unión de piel blanquecina, todos mezclados. Gente de todas las naciones, de todos los colores, de todas las clases, unidos contra los gurkos y ahora unidos también en la muerte, hombro con hombro, todos iguales. Se me derretiría el corazón. Si lo tuviera. Reparó distraído en la presencia del practicante Frost, acechando en la oscuridad junto a una pared cercana, inspeccionando la estancia con detenimiento. Mi vigilante sombra se asegura de que nadie recompense mis esfuerzos en nombre del archilector con una herida letal en mi cabeza.

Habían separado mediante cortinas una pequeña zona en la parte posterior del templo para la cirugía. O lo más parecido a eso que pueden hacer aquí. Carnicería a sierra y cuchillo, las piernas a la altura de la rodilla, los brazos por el hombro.



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